jueves, 10 de diciembre de 2009

La imposible lógica del Amor

"Cuanto menos poseemos, más podemos dar.
Parece imposible, pero no lo es.
Esa es la lógica del Amor."
Madre Teresa de Calcuta.-


Un día me levanté decidida a dar todo lo que tenía.

Vacié el placard y doné toda mi ropa;
saqué todos los muebles a la calle y vi cómo se los llevaba un grupo de cartoneros que pasaba por ahí;
le di mi colchón al hombre que duerme en la plaza de enfrente de mi casa;
vacié la cocina;
regalé toda la comida de la heladera;
regalé la heladera;
entregué a los más necesitados todo lo que había en mi casa.


Creía haberlo dado todo.
*


Poco tiempo después, en el medio de la noche, me desperté sobresaltada, y contemplando la almohada que yacía en el piso totalmente vacío, una verdad me fue revelada:


Ahora que no tenía nada podría empezar a dar realmente:
Cosería ropa para los que pasaran frío;
tallaría muebles con madera vieja para quienes no tuvieran;
cocinaría para los hambrientos;
y le daría mi corazón a quienes estén solos y tristes.


Sentada en el piso,
iluminada sólo por la luz de la luna que entraba por la ventana sin cortinas,
miré mis manos y sonreí.

jueves, 24 de septiembre de 2009

jueves, 13 de agosto de 2009

Infinidad de

Madrugada del jueves trece de agosto de dos mil nueve.
Pronóstico espacial: lluvia de estrellas.
Se verá un promedio de cuarenta y cinco estrellas fugaces ¡por hora!

Ilusionada, salgo al parque a contemplar el fenómeno.
Levanto la vista hacia el cielo.
Nublado. Apenas se ven unas pocas estrellas entre la delgada capa nubosa.


Será porque hay infitas estrellas, o acaso porque poseo una imaginación infinita, que puedo afirmar que, a pesar de todo, logré ver una estrella fugaz.


Two men look out through the same prison bars:
One sees the mud, the other sees stars.
Frederick Langbridge.-

domingo, 21 de junio de 2009

Héroes del silencio

-Mirá, el cable estaba enredado y había una pieza del mecanismo rota, así que tuve que cambiar todo. La mala noticia es que la garantía no te cubre este arreglo.

Me puse a pensar en que tenía poca plata en la billetera, y que no sólo era escasa, sino que tenía planeado usarla para otros fines, ya que esperaba que la garantía cubriera la reparación del auto.

-¡Uh! -Exclamé, no pudiendo ocultar mi decepción.
-Pero no te preocupes, no te cobro la mano de obra. -Dijo "El Rafa" apiadándose de mí.
-Bueno, muchas gracias. Entonces, ¿cuánto le debo?
-Nada, vos no te hagas problema que yo se lo paso al dueño como si fuera un defecto cubierto por la garantía y listo.
-Pero... ¿Está seguro Rafael? Mire que yo...
-Sí, vos andá tranquila. -Me interrumpió- Yo me encargo de la factura.

Impactada, le agradecí; le di la mano y me subí al auto con una amplia sonrisa en la cara y una sensación de extrema felicidad en el corazón.

Como todavía tenía la plata en la billetera me dispuse a gastarla como lo había planeado: fui hasta el supermercado y compré pan, jamón y queso para hacer los sandwiches que repartiríamos a los cartoneros y gente en situación de calle esa misma noche.

Aprovecho la posibilidad de comunicación que me brinda este blog para agrandecerle al Rafa: gracias a usted, hubo gente que pasó una noche de su vida en la calle con un poco menos de hambre. No me caben dudas de que la vida sabrá devolverle su gesto.


"El Universo siempre conspira a favor de los soñadores."

jueves, 30 de abril de 2009

La pobreza como delito


Mucho antes de que los niños ricos dejen de ser niños y descubran las drogas caras que aturden la soledad y enmascaran el miedo, ya los niños pobres están aspirando pegamento. Mientras los niños ricos juegan a la guerra con balas de rayos láser, ya las balas de plomo acribillan a los niños de la calle. Algunos expertos llaman "niños de escasos recursos" a los que disputan la basura con los buitres en los suburbios de las ciudades. Según las estadísticas, hay setenta millones de niños en estado de pobreza absoluta, y cada vez hay más, en esta América Latina que fabrica pobres y prohíbe la pobreza. Entre todos los rehenes del sistema, ellos son los que peor la pasan. La sociedad los exprime, los vigila, los castiga, a veces los mata: casi nunca los escucha, jamás los comprende.




Nacen con las raíces al aire. Muchos de ellos son hijos de familias campesinas, que han sido brutalmente arrancadas de la tierra y se han desintegrado en la ciudad. Entre la cuna y la sepultura, el hambre o las balas abrevian el viaje. De cada dos niños pobres, uno trabaja, deslomándose a cambio de la comida o poco más: vende chucherías en las calles, es la mano de obra gratuita de los talleres y las cantinas familiares, es la mano de obra más barata de las industrias de exportación, que fabrican zapatillas o camisas para las grandes tiendas del mundo. ¿Y el otro? De cada dos niños pobres, uno sobra. El mercado no lo necesita. No es rentable, ni lo será jamás. Y quien no es rentable, ya se sabe, no tiene derecho a la existencia. El mismo sistema productivo que desprecia a los viejos, expulsa a los niños. Los expulsa, y les teme. Desde el punto de vista del sistema, la vejez es un fracaso, pero la infancia es un peligro.




En muchos países latinoamericanos, la hegemonía del mercado está rompiendo los lazos de solidaridad y está haciendo trizas el tejido social comunitario. ¿Qué destino tienen los dueños de nada en países donde el derecho de propiedad se está convirtiendo en el único derecho sagrado? Los niños pobres son los que más ferozmente sufren la contradicción entre una cultura que manda consumir y una realidad que lo prohíbe. El hambre los obliga a robar o a prostituirse; pero también los obliga la sociedad de consumo, que los insulta ofreciendo lo que niega. Y ellos se vengan lanzándose al asalto. En las calles de las grandes ciudades, se forman bandas de desesperados unidos por la muerte que acecha. Según la organización Human Rights Watch, los grupos parapoliciales matan seis niños por día en Colombia y cuatro por día en Brasil. ¿Y ellas? Hay medio millón de niñas brasileñas que venden el cuerpo, casi tantas como en la India, y en la República Dominicana la próspera industria del turismo ofrece subastas de niñas vírgenes.


Eduardo Galeano.-
¿Por qué? ¿Eh? ¡¿Por qué?!
*
"Si le doy de comer a los pobres, me dicen que soy un santo.
Pero si pregunto por qué los pobres pasan hambre y están tan mal,
me dicen que soy un comunista."
Hélder Câmara.-

jueves, 9 de abril de 2009

Almorzando con Dios

¿Dónde está Dios?

Había una vez un pequeño niño que quería conocer a Dios. Él sabía que era un largo viaje llegar hasta donde Dios vivía, así es que preparó su mochila con sandwiches y botellas de leche chocolatada, y comenzó su viaje.

Cuando había andado tres cuadras, se encontró con una viejecita. Ella estaba sentada en el parque observando a unas palomas.
El niño se sentó a su lado y abrió su mochila. Estaba a punto de tomar un trago de leche chocolatada cuando notó que la viejecita parecía hambrienta, así es que le ofreció un sandwich. Ella agradecida lo aceptó y le sonrió. Su sonrisa era tan hermosa que el niño quiso verla otra vez, así es que le ofreció una leche chocolatada. Una vez más, ella le sonrió. El niño estaba encantado.
Permanecieron sentados allí toda la tarde comiendo y sonriendo, aunque nunca se dijeron ni una palabra. A medida que oscurecía, el niño se dio cuenta de cuán cansado estaba y se levantó para marcharse. Antes de dar unos pasos más, se dio la vuelta, corrió hacia la viejecita y le dio un abrazo. Ella le ofreció una sonrisa más amplia.

Cuando el niño abrió la puerta de su casa un rato más tarde, a su madre le sorprendió la alegría en su rostro. Ella le preguntó: "¿Qué hiciste hoy que te puso tan contento?" Él le respondió: "Almorcé con Dios". Pero, antes de que su madre pudiera responder, añadió: "¿Y sabes qué? ¡Ella tiene la sonrisa más hermosa que he visto!"

Mientras tanto la viejecita, también radiante de dicha, regresó a su casa. Su vecina estaba impresionada con el reflejo de paz sobre su rostro, y le preguntó: "¡Qué hiciste hoy que te puso tan contenta?". Ella respondió: "Yo comí sandwiches con Dios en el parque". Pero, antes de que su vecina respondiera a esto, añadió: "¿Sabes? Es mucho más joven de lo que esperaba".

¡Qué en esta Semana Santa tengas tiempo de "encontrar a Dios"!
*Para infinitas estrellas...
Nacho

miércoles, 25 de marzo de 2009

Disculpeme, una pregunta...


Archivando los apuntes de mis clases de Salud Mental encontré una hoja con estos interrogantes. Espero que nadie dude de la sanidad de mi mente después de leerlos. Es que no hay dudas: para el mundo, estoy loca; para mí, soy muy normal.

¿Por qué Noé puso mosquitos en el Arca?
En las guerras, ¿quién vende las armas?
¿Quién convierte las tragedias humanas en cochinos negocios? ¿Quién trafica con el dolor?


"Vivir no es otra cosa que arder en preguntas. No concibo la obra al margen de la vida."
Antonin Artaud

viernes, 27 de febrero de 2009

Picture of Jesus


[sobre el Che] "Por eso también su aparente convicción de que había más verdad en el sufrimiento de los enfermos graves o de los condenados a la miseria que en las personas 'normales' atadas por convenciones, vaciadas de sentimientos profundos."


Le ofrecemos un sandwich a un hombre que duerme entre harapos en la puerta de un edificio. Nos agradece, pero se niega a aceptarlo. Suavemente le insistimos. Su respuesta sigue siendo negativa, pero como signo de coordialidad nos explica: ya cenó, y prefiere que le demos la comida a quien no tenga y la necesite más. Le sonrío y le agradezco: él no entiende bien porqué y ve cómo nos alejamos lentamente en la oscuridad de la noche.
*
La noche sigue, pero aún no puedo sacarme de la cabeza su respuesta. No entiendo. No, no entiendo. ¿Cómo pudo negarse? ¿Cómo? Entiendo que ya había comido, pero podría haber guardado el sandwich para cuando tuviese hambre (que imagino sería en breve), o para el día siguiente. Hasta que de pronto entendí. Entendí que nunca iba a entender. Acostumbrada a vivir en una sociedad que no sabe lo que es la saciedad, que siempre quiere más, para ahora o para después, que prefiere guardar lo que no necesita antes que dárselo a alguien que lo precise con desesperación; una sociedad que sólo entiende de acumular y "tener stock", y en la que el otro no es más que la competencia. Era imposible que yo, María Clara Vita, pudiera entender aquella respuesta. ¡Pero cuánta verdad había en ese hombre!
*
Aquella noche, intentando comprender las razones de aquel señor, mucho más cristiano que todos los que conozco que dicen serlo, llegué a pensar que su respuesta explicaba, en parte, por qué vive en esas "condiciones". Por suerte para mi espíritu, descarté la hipótesis rápidamente: era todo lo contrario. Ese hombre, a quien hoy veo como más que un simple hombre, subsiste en la pobreza y el olvido como consecuencia de que la sociedad en la que vive no entiende sus razones, y prefiere guardar los sandwiches que le sobran.