(cito mal a Virgilio) te acompaña
desde aquella perdida hoy en el tiempo
noche* o atardecer en que tus vagos
ojos la descifraron para siempre
en un jardín o un patio que son polvo.
¿Para siempre? Yo sé que alguien, un día,
podrá decirte verdaderamente:
No volverás a ver la clara luna.
Has agotado ya la inalterable
suma de veces que te da el destino.
Inútil abrir todas las ventanas
del mundo. Es tarde. No darás con ella.
Vivimos descubriendo y olvidando
esa dulce costumbre de la noche.
Hay que mirarla bien. Puede ser la última.
Jorge Luis Borges.-
Hoy no tengo insomnio. Al contrario, tengo sueño. Y probablemente sea por el insomnio de ayer.
Pero hay un eclipse de luna, y después de leer la poesía que transcribí arriba, no quiero perderme el singular espectáculo de la sombra de la Tierra reposar sobre su incansable satélite. Es que algún día no volveré a verla, infatigable compañera de largas noches de desvelo. ¿Cuál será mi cifra? ¿Será hoy nuestra última cita? ¿Mañana? ¿En 19431 días, tal vez? En palabras de Martín Buscaglia, "ante la duda, todo".
*Aún recuerdo aquella noche, hace muchas noches, en la cual, viajando en auto por alguna remota ruta -rodeada por la nada misma, como la mayor parte de las rutas-, le pregunté a mi papá por qué la luna nos perseguía. Él, como buen ingeniero que es, simplemente eligió contestarme con la verdad, aunque ésta no fuera la más simple para mis apenas cinco años: "En realidad -dijo él-, la luna no nos persigue. Siempre está en el mismo lugar." Nosotros nos movemos, nosotros nos vamos, nosotros partimos, nosotros la olvidamos. Tenía razón: ella no se mueve, pero hay que mirarla bien. Puede ser la última.