lunes, 20 de diciembre de 2010

Dos formas del insomnio

¿Qué es el insomnio?
La pregunta es retórica; sé demasiado bien la respuesta.
Es temer y contar en la alta noche las duras campanadas fatales, es ensayar con magia inútil una respiración regular, es la carga de un cuerpo que bruscamente cambia de lado, es apretar los párpados, es un estado parecido a la fiebre y que ciertamente no es la vigilia, es pronunciar fragmentos de párrafos leídos hace ya muchos años, es saberse culpable de velar cuando los otros duermen, es querer hundirse en el sueño y no poder hundirse en el sueño, es el horror de ser y de seguir siendo, es el alba dudosa.
¿Qué es la longevidad?
Es el horror de ser en un cuerpo humano cuyas facultades declinan, es un insomnio que se mide por décadas y no con agujas de acero, es el peso de mares y pirámides, de antiguas bibliotecas y dinastías, de las auroras que vio Adán, es no ignorar que estoy condenado a mi carne, a mi detestada voz, a mi nombre, a una rutina de recuerdos, al castellano, que no sé manejar, a la nostalgia del latín, que no sé, a querer hundirme en la muerte y no poder hundirme en la muerte, a ser y seguir siendo.
Jorge Luis Borges.-


El primer tipo de insomnio lo vivo y habito a diario, incluso en este mismo instante, en el que decidí transcribir esta poesía, vaya uno a saber por qué, si seguro que googlearla demorará apenas 0.17 segundos. El alba dudosa trae consigo, generalmente, el punto final a mi insomnio una vez que deja de ser dudosa y pasa a ser certera. La luz penetrando las cortinas, el cantar de los pájaros cada vez más audible e insoportable resultan una presión intolerable para mis sentidos, que finalmente se rinden ante el crepúsculo cada vez más luminoso. Es la insufrible certeza de que la sociedad del huso horario que uno habita comienza a despertar, mientras uno nunca logró dormir.


De la longevidad, poco sé; desde mi desconocimiento, sólo puedo afirmar que soy, y que quiero seguir siendo.

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